En 1882 se presentó la Moción de la Comisión Especial de Nuevas Obras Municipales proponiendo las
bases
para un concurso encaminado a la construcción de un teatro en esta villa60 que estipuló las
condiciones que debía cumplir el proyecto del nuevo teatro que se iba a construir en el Arenal.
Basándose en ellas, el arquitecto Joaquín Rucoba proyectó el que en un origen fue conocido como el
“Nuevo Teatro” y que posteriormente pasó a denominarse Teatro Arriaga. El solar elegido a tal
efecto fue el terreno de propiedad municipal en el que se hallaba el coliseo proyectado por Juan
Bautista de Escondrillas, al que hemos dedicado un epígrafe, y en él debía erigirse un edificio
aislado, con su fachada principal orientada hacia El Arenal, bello, sólido, cómodo y de as-
pecto digno.Todos estos condicionantes y muchos más fueron tenidos en cuenta por Joaquín Rucoba, arquitecto que
proyec-
tó el Arriaga [fig.4] y que por aquel entonces ocupaba el puesto de arquitecto municipal en
Bilbao61. Las obras se desarrollaron entre 1886 y 1890 y fueron financiadas por la Sociedad Anónima
Nuevo Teatro de Bilbao. El resul- tado fue un edificio ecléctico que ajustó su planta trapezoidal a
la forma triangular del solar, y en el que se com- binaron los materiales más o menos
convencionales que se aprecian en su exterior, con el uso del hierro como elemento estructural
principal. Además, tal y como se especificaba en las condiciones facultativas, el bajo del edificio
debía dedicarse a locales comerciales62, como así fue hasta que el teatro pasó a manos municipales
a co- mienzos de los años ochenta63.
El Teatro de la Ópera de París, proyectado por Charles Garnier en 1861 fue considerado un auténtico
hito dentro de la tipología, e influyó en muchos teatros europeos construidos a posteriori. El
Arriaga no se escapa a esta in- fluencia francesa, que no sólo está relacionada con el Palais
Garnier, sino también con otros como el Théâtre de la Renaissance del que tomó gran parte de su
repertorio decorativo64. Asimismo el uso del hierro como elemen- to estructural es otra de las
características comunes con el modelo de Garnier, si bien el edificio de Rucoba exhi- be orgulloso
en su interior su esqueleto metálico, símbolo de una de las principales actividades industriales
del momento65. Evidentemente el uso de este material se planteó como una medida destinada a paliar
el problema de los incendios. Sin embargo, el edificio quedó destruido en un incendio que tuvo
lugar a fines de 1914 y tras un largo periodo, en el que se habló incluso de la desaparición del
teatro, volvió a abrir sus puertas totalmente reconstruido en 1919. Así, su sala en forma de
herradura con un aforo cercano a las 1500 localidades volvió a lucir en todo su esplendor, si bien
éste fue apagándose con el paso de las décadas, hasta alcanzar un aspecto de auténtico abandono.
Hasta los años ochenta, la explotación comercial de la planta baja del Teatro Arriaga hipotecó
muchos de los es- pacios que habían sido característicos muchos teatros europeos del siglo XIX. No
debemos olvidar que el teatro era –y en gran medida sigue siendo- además de un local de
entretenimiento, un centro de reunión que debe con- tar con estancias subsidiarias destinadas a que
el público pueda relacionarse en los entreactos. El teatro de Ru- coba carecía de hall, foyer o
cualquier otro lugar de reunión, ya que la planta baja estaba ocupada por comercios y en la
entreplanta se hallaba la sede del Club Náutico. Estos espacios fueron recuperados para el teatro,
cuando éste pasó a manos municipales. Así, el teatro proyectado por Joaquín Rucoba se convirtió en
un teatro decimo- nónico modélico tras la restauración efectuada por el arquitecto Hurtado de
Saracho, que lo dotó de un hall, una gran escalinata de acceso, un foyer, o una sala polivalente,
además de otras dependencias de las que se pudo dis-
frutar tras su reinauguración en 1986.